miércoles, 5 de marzo de 2008

el sufrimiento y la princesa

Cuentan que una bella princesa estaba buscando consorte. Aristócratas y adinerados señores habían llegado de todas partes para ofrecer sus maravillosos regalos. Joyas, tierras, ejércitos y tronos conformaban los obsequios para conquistar a tan especial criatura. Entre los candidatos se encontraba un joven plebeyo, que no tenía más riquezas que amor y perseverancia. Cuando llegó el momento de hablar, dijo: “Princesa, te he amado con toda mi vida. Como soy un hombre pobre y no tengo tesoros para darte, te ofrezco mi sacrificio como prueba de amor... Estaré cien días sentado bajo tu ventana, sin más alimentos que la lluvia y sin más ropas que las que llevo puestas... Esa es mi dote...” La princesa, conmovida por semejante gesto de amor, decidió aceptar: “Tendrás tu oportunidad: si pasas la prueba, me desposarás”. Así pasaron las horas y los días. El pretendiente estuvo sentado, soportando los vientos, la nieve y las noches heladas. Sin pestañar, con la vista fija en el balcón de su amada, el valiente vasallo siguió firme en su empeño, sin desfallecer un momento. De vez en cuando la cortina de la ventana real dejaba traslucir la esbelta figura de la princesa, la cual, con un noble gesto y una sonrisa, aprobaba la faena. Todo iba a las mil maravillas. Incluso algunos optimistas habían comenzado a planear los festejos. Al llegar el día noventa y nueve, los pobladores de la zona habían salido a animar al próximo monarca. Todo era alegría y jolgorio, hasta que de pronto, cuando faltaba una hora para cumplirse el plazo, ante la mirada atónita de los asistentes y la perplejidad de la infanta, el joven se levantó y sin dar explicación alguna, se alejó lentamente del lugar. Unas semanas después, mientras deambulaba por un solitario camino, un niño de la comarca lo alcanzó y le preguntó a quemarropa: “¿Qué fue lo que te ocurrió?... Estabas a un paso de la meta... ¿Por qué perdiste esa oportunidad?... ¿Por qué te retiraste?...” Con profunda consternación y algunas lágrimas mal disimuladas, contestó en voz baja: “No me ahorró ni un día de sufrimiento... Ni siquiera una hora... No merecía mi amor...”

6 comentarios:

Gandalf dijo...

Siendo sincero, no creo que alguien enamorado pueda ser tan cabal. Pero desde luego acertó con su decisión y sólo le costó 100 días darse cuenta. ;)

Uno dijo...

Creo que el joven sabía desde el principio que la princesa no era su tipo y lo sabía no sólo porque si la tía fuera legal no le hubiera permitido no sólo pasar ni un día en esas condiciones sino que no le hubiera dejado hacer semejante prueba. El joven aguantó con el objetivo de marcharse en el último momento y así herir el orgullo de la estúpida princesa que por otra parte se lo merecía y eso. Seguramente el joven se largó con la sonrisa en los labios mientras la princesa descargaba su frustración en el chocolate. ¡Bien por el joven!

RaQ dijo...

Precisamente, de lo que se trata es de no perder el norte en nombre del amor. Nunca he creido eso de que quién bien te quiere te hará sufrir, mejor que me quiera menos y cuide de que no tenga por qué sufrir.
Hay que quererse un poquitito, y estoy de acuerdo contigo, uno, nadie se merece tanto sufrimiento, pero vamos que vaya valor aguantar todo ese tiempo salvo una hora. XD

Felipe "Nemo" Orce dijo...

Servidor no sabe qué posición adoptar ante semejante panorama. Por un lado, me dan ganas de aplaudir el acto último del amante plebeyo. Pero, por otro, le daría un sinfín de collejas, y no con alevosía ni con maldad. Se las daría, porque ya que se ha atrevido a esperar tanto tiempo, ya que ha sido ese enamoramiento (¿o el deseo?) el que le ha llevado a someterse, ¿qué sentido tiene ese acceso de orgullo final? Como castigo a la altanera princesa no tiene precio, y sin embargo tal vez demostraría que el amor que él sentía por ella no era tan poderoso, tan ciego, como para haber esperado hasta el cumplimiento del plazo y haber conseguido lo que tanto ansiaba. Ah, pero el orgullo... ¿O será otra cosa?

Me voy con mi ceguera espiritual a otra parte. Me quedo con esa reflexión tuya sobre no perder el norte en nombre de -permíteme un ligero cambio- ninguna pasión. Y eso que no es fácil, que muchos caen esclavos de los deseos de sus corazones.

-ph- dijo...

...efectivamente... quien bien te quiera no te debera permitir ni un segundo de sufrimiento....

ivanney dijo...
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